La vida es impredecible. Si hace un par de años nos hubieran dicho que un musical a la antigüita, al más puro estilo Singin’ in the Rain, sería la sensación de crítica y taquilla por igual, quizá lo hubiéramos dudado mucho, pensando que ya habíamos superado ese tipo de películas. Pero no, La La Land fue aclamada por el público y recibió 14 nominaciones al Oscar, de las que ganó 6 (aunque no el de Mejor película, confusiones aparte). Por cierto, entre las nominadas también había un western situado en pleno siglo XXI (Hell or High Water), una película bélica (Hacksaw Ridge) y una película de ciencia ficción (Arrival), entre otras.
Lo cual me lleva a pensar en los géneros cinematográficos. Porque la vida es impredecible, pero las películas no. Es una discusión frecuente si los géneros sirven para algo. No falta el artista que diga sentirse constreñido al tener que adaptarse a un género determinado, o quien sienta que una película es menos original por ceñirse a las características de un género. Ahora bien, ejemplos como los que mencionaba al principio demuestran que nos sigue gustando ver cine de género; después de todo, son fórmulas que han nacido del gusto del público y que hacen referencia al propio cine, que siendo la más joven de las bellas artes ya supera el siglo de edad.
Con todo, los géneros evolucionan. Tomando como ejemplo la “comedia musical”, hay mucha diferencia entre el simplón pero efectista Shall We Dance de 1937, la propia Singin’ in the Rain (1952), no por excelente menos ingenua; una película de culto como Grease/Vaselina (1978), con espectaculares números musicales pero una historia relativamente insulsa, y un largo etcétera. Incluso el polémico Lars Von Trier hizo su propia referencia al género con Dancer in the Dark (2000), donde a la tragedia filmada en su estilo “Dogma” (cámara en mano, iluminación plana, sonido directo) añadía pasajes al estilo de la comedia musical clásica, producto de la imaginación de la protagonista, interpretada por la cantante islandesa Björk. Y así hasta La La Land de Damien Chazelle, homenaje al musical y a la industria fílmica de Hollywood, que funciona por ser metacine, por apelar al sentimiento, por la calidad de la música y la imagen (fotografía y edición) y por la química de sus protagonistas.
De modo que los géneros les funcionan a los productores, pues saben qué ofrecer, y nos funcionan a los espectadores, pues esperamos algo de ellos, a la vez que queremos esa innovación dentro del género. Que nos sorprenda. Por eso Hell or High Water es un western, sí, en cuanto que hombres duros de sombrero se persiguen por paisajes desérticos pistola en mano en un duelo de hombría; pero esta vez lo hacen en coches de motor, y con una problemática social de fondo como es la de las hipotecas abusivas. Hacksaw Ridge es una película bélica pero que trata sobre el valor social de la religión a partir de la objeción de conciencia de un soldado que no toca las armas. Y Arrival es ciencia ficción pero no hombre vs alien, sino una metáfora de la importancia de la comunicación que juega con los tiempos narrativos.
Y todo esto no quita espacio a lo que podríamos considerar nuevos géneros. ¿Cómo clasificar los cada vez más frecuentes dramas de lo cotidiano, con cierto sabor europeo, como podrían ser Moonlight o Manchester by the Sea, a caballo entre lo lírico y lo narrativo, como las películas de Xavier Dolan o de Shane Carruth; o las tragicomedias de Wes Anderson y Taika Waititi; o el cine oscuro y estrafalario de Yorgos Lanthimos o el audaz y estético de Paolo Sorrentino; las locuras estéticas de un Kubrick, un Malick, un Iñárritu? El cine es cultura en continua evolución y da para mucho en un mundo globalizado. El reto nada sencillo es estar versado en lo nuevo y lo viejo para, así, disfrutarlo todo.