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12/09/2018

Seis tiempos, cena tailandesa

Acongojado tras varios intentos por descubrir el tema para estos #Soliloquios, hallé regocijo mientras leía un pasaje de Robinson Crusoe, traducido por Julio Cortázar, en el cual el infortunado arrancó la vida de un ave para saciar los reclamos vitales: por cierto, la carne del ave resultó incomible. En automático el sentido común y la estimativa (sentidos internos)  hicieron eco de la cena del jueves pasado.

Tal cual. A la cena de hoy hay que ir con zapatos. Una tercia de matrimonios jóvenes, amigos míos, organizan una serie de programas en torno a la familia, increíblemente profesional y sorprendentemente alejados de todo rastro mustio. El jueves por la noche tenían un invitado muy especial y sin escatimar esfuerzos, cosa que se hace cuando el cariño existe, pusieron en marcha la maquinaria culinaria, preparando una exquisita cena tailandesa.

La cita fue en casa de Miguel y Fabiola. He omitido un detalle importante. Yo no era el invitado especial, mi función consistía en acompañar, junto a otros dos, al huésped de honor. Todo estaba prácticamente listo. Nos sentamos a la mesa decorada con buen gusto y una mesera estuvo al pendiente de nosotros. Empezamos con un tinto de verano, para contrarrestar el calor. Música suave de fondo, ambiente alegre y aromas espléndidos adornaban el recinto. De pronto apareció el chef, se presentó y explicó detalladamente cada uno de los tiempos. Comenzamos.

No habíamos terminado el segundo tiempo, cuando sirvieron unos tallarines exquisitamente condimentados acompañados con camarones. La sugerencia de alguno fue barnizar el platillo con salsa macha, delicada al probarla y agresiva al digerirla. El tercer tiempo resultó mi favorito. Trozos de carne maridados con una salsa de cacahuate y como guarnición unas setas crujientes, las cuales fueron un total descubrimiento para todos. En este punto, la mayoría estábamos con el estómago repleto. El garbo del chef nos animó a probar el último tiempo, pollo revuelto con pimiento y algo más. Aunque mi sentido del gusto exigía más, el sentido común y la estimativa no lo permitieron. No pude más. El broche de oro vino con el postre, arroz en crema de coco con rebanadas de mango. Lamentablemente, deposité con la cuchara una ínfima porción por respetos humanos pensando en lo que haría Robinson Crusoe en mi lugar.

Imagen: UNSPLASH

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