Estimado Juan Pablo:
Espero te encuentres muy bien. Soy Miguel Ángel Martínez Romero, trabajo como profesor y crítico literario. Junto a un gran amigo dirijo La Condesa Revista Literaria. Te escribo porque justamente acabo de leer No voy a pedirle a nadie que me crea; novela cuyo galardón máximo, por ahora, es el Premio Herralde. Conocí el veredicto final, durante una breve estancia en el Péndulo de la Condesa. Como buen mexicano, al saber que un compatriota mío resultó condecorado, me colgué todos los honores habidos como si yo hubiese sido el ganador. Sin embargo, nada más regresar a la realidad con la cartera vacía, fue necesario esperar algunos días para tener capacidad de pago. Ya con el libro en mis manos, debo reconocer el don para emplear la palabra pendejo, tan recurrente en tu escritura. Gracias a tan mexicanísimo insulto, la existencia de cualquier paisano descansa después de exclamar, desde las profundidades del ser, el: A ver ¡No seas pendejo!
Antes ir al punto central, considero necesario explicarte una cosa: no creo en la crítica negativa. Si algo existe en el modus vivendi del común de los mortales, es precisamente la dureza en el juicio hacia sus semejantes, sin importar la objetividad o la falsedad del predicamento. Criticar o morir. Para mí, el ejercicio de la crítica, va un poco más allá de lo superficial. Estoy convencido, porque amo la literatura, que el crítico más que criticar una obra, escribe acerca de la concepción del mundo del autor. Es sobre todo, una apologista del hombre. Centrarse en el fondo, valiéndose de la forma. He ahí el porqué de mi incredulidad hacia lo destructivo. No sirve nada. Produce división. A la crítica se la ha encomendado un encargo más trascendente; hacer crecer al lector, al escritor y a quien ostenta el título de crítico. Como escribí al inicio, soy profesor y el retorno de inversión más fructífero, al decidir invertir en la educación, ha sido el incremento de esperanza en el hombre. En otras palabras: tengo fe en el hombre. También, por esto te escribo.
La literatura, tiene un eje central. Olvidado desde hace tiempo, y prácticamente eliminado a mediados del siglo pasado, radica en la exaltación de la dignidad humana. Tal era la motivación de los antiguos griegos, por educarse en la virtud. Cervantes dejó transcrito su parecer, en los saques de quicio de Don Quijote con lo referente a la inmoralidad. Siglos más tarde, Dickens describió magníficamente cómo la amistad trasciende en Historia de dos ciudades. En definitiva, la historia de la literatura, se aprecia como una continua comprensión acerca de quién es el hombre.
Los grandes escritores, conocían la centralidad de la dignidad en la literatura. Por eso, sus historias nos cautivaron y persisten aún en nuestros días. Demasiadas publicaciones actuales, por muy labradas de técnica y por más aplaudidas en suplementos y ferias de libros, olvidan lo anterior condenándose a sí mismas a ser un mero fuego artificial, donde todos lo ven, se admiran, aplauden y lo olvidan para siempre.
Es sencillo conquistar éxitos describiendo escenas sexuales, mientras más sucias y ridículas, mejor aún. El reconocimiento ajeno, usurpa el lugar de nuestros principios. Hemos caído en la cultura de las masas, como definió Vargas Llosa a esa nueva faceta cultural: donde la intención es divertir y dar placer; no es elitista ni excluyente, ha dejado de ser erudita. Tú, has desarrollado bien tu talento. Se nota el progreso en cada novela. Por favor, no caigas en la escritura fácil. Ésa que no requiere el esfuerzo intelectual del lector por estar llenos de palabras huecas, sin fondo. El hombre, ese ser hecho para la grandeza, es devastado en tu novela sin oportunidad de redención. Todos los personajes, carecen de libertad. Son usados unos por otros, como artículos desechables. Sin reflexión, no hay libertad. Sin libertad no hay felicidad.
Juan Pablo, en verdad, espero tu próxima novela. La leeré con mucho gusto. La grandeza del hombre es una delicia, se requiere tiempo y paciencia para descubrirla. A la larga la belleza del ser humano, se irá develando a través de su misma humanidad. Confío en tu trabajo. Si hay pocos aplausos, no pasa nada; habrás conquistado un sitio en la posteridad. Agradezco tu finísima atención, al regalarme estos minutos, espero pueda servirte de algo. Pero a final de cuentas, No voy a pedirte que me creas.