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La claqueta: De hoteles


Imagen: Subarbre

 

En un reciente concurso de cortometrajes, mi equipo y yo tuvimos que ceñirnos al género dado de "película de vacaciones". Me dio qué pensar. Como subgénero puede operar con distintas variantes, y qué duda cabe de que las vacaciones pueden ser una interesante fuente de historias. Concretamente, la experiencia en torno a hospedarse en un hotel, donde lo ajeno se vuelve temporal cotidianidad y el universo posible se reduce a un selecto número de desconocidos y sus interacciones, resulta un mundo de entrada atractivo.


Muy bien supo explotarlo Stanley Kubrick en El resplandor, donde el aislamiento en un hotel incomunicado por la nieve es el escenario ideal para que un padre de familia se desquicie. El hotel puede ser el lugar donde un encuentro fugaz ilumine la vida gris de un personaje, como en Anomalisa, la película en stop motion que escribió y dirigió Charlie Kaufman; y en indiferentes hoteles gringos vimos este año a Gael García Bernal pelear por su Susana en Me estás matando, Susana, adaptación de la novela Ciudades desiertas, de José Agustín.


Menos explotan el microuniverso hotelero El Gran Hotel Budapest u Hotel Rwanda, cuyos periplos, a pesar de los títulos, no suceden en el hotel sino a partir de él. Sin embargo, yo a lo que iba es a hablar de dos películas estrenadas en el año recién concluido y que —además de ser excelentes— suceden en hoteles, pero no en cualquier hotel de marca americana hecho en serie, sino en preciosos hoteles en medio del campo, en los que los huéspedes invierten largas temporadas alejados del mundanal ruido y que conforman una microsociedad con sus reglas y relaciones particulares, lo que entre otras cosas permite un interesante retrato de la sociedad, como hiciera Thomas Mann con su selecto grupo de tuberculosos que conviven en otro hotel apartado en La montaña mágica.


Ahora, fuera de lo del hotel (y de la actuación de Rachel Weisz), estas cintas tienen poco que ver entre sí; aunque hay que decir que ambas tienen un reparto de Hollywood y son habladas en inglés, siendo sus escritores-directores europeos: el griego Yorgos Lanthimos y el italiano Paolo Sorrentino. The Lobster, bizarra fábula amorosa de Lanthimos, nos sitúa en un futuro distópico donde quien es soltero debe convivir con otros en un hotel hasta encontrar pareja, o de lo contrario disponerse a ser convertido en un animal. Las estrictas reglas del hotel y las cacerías de solitarios (aquellos que se rehúsan a vivir ese sistema y habitan el bosque) contrastan con los atuendos elegantes de todos o las cenas baile que, unidos a la música clásica, subrayan la ironía y la metáfora de la película.


En Youth, la película de Sorrentino, mucho más realista, el lujoso hotel es lugar de encuentro de importantes artistas, deportistas famosos, estrellas de cine y hasta Miss Universo. La historia se centra en la amistad de dos artistas retirados, un músico y un cineasta (Michael Caine y Harvey Keitel), veraneantes habituales del hotel, que en ese ambiente de distanciamiento de lo cotidiano podrán sopesar las últimas decisiones de sus vidas.


En fin, todo alejamiento fructífero devendrá necesariamente en las ganas de volver. Y estas dos películas, muy lejos de las "películas de vacaciones" —quizá por sus directores europeos— no ponen el énfasis en la evasión sino en el resultado de esa temporada en un hotel: la decisión por el bello riesgo de regresar a la aventura de lo cotidiano.




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