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Nostalgia y narcicismo


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Conocí a Mario Andrea Rigoni durante una tarde lluviosa en el centro de Coyoacán, con ocasión de la presentación en sociedad de Vanidad. Ese encuentro fue especial, quien me invitó es un buen amigo, Fabrizio Cossalter. Luego de un esbozo de la historia de la literatura italiana, con traducción al español, dos hombres presentaron el libro, el mexicano Christopher Domínguez Michael y el francés Philippe Ollé-Laprune.


Terminados mis deberes profesionales, retirado en un bosque de Coahuila, leí Vanidad. Como primer escalafón debo decir, el disfrute de su lectura. Precisamente porque cada aforismo, me exigía reflexionar durante un rato sobre lo escrito. Gracias a ese ejercicio, me vi en la necesidad de profundizar aún más en lo que creo, todo lo contrario a Rigoni, y por ende me veo aún más fortalecido en mis creencias. Mario Andrea, tiene destellos de filósofo. La pregunta planteada por el hombre desde su aparición en la tierra quién soy, sigue siendo vigente y lo será siempre, pues cada persona es una totalidad. Nadie más puede contestarla por uno mismo, es menester descubrirla cada quién. Además del tinte filosófico, el ítalo, devela un elemento innato del hombre, la cuestión del Absoluto. Al refrán De músico, poeta y loco…todos tenemos un poco, podría sumarse teólogo.


En los aforismos dedicados a la metafísica de la vanidad, hace uso de aras filosóficas para establecer su propia teología sin mucho sustento. Allí radica el lacerante peligro de hacer teología, únicamente con filosofía. La noción del Absoluto, guste o no, está presente en la historia del pensamiento antiguo, medieval, moderno y contemporáneo. A nadie le es indiferente. Rigoni, a lo largo de sus páginas, parece mostrarnos un corazón herido por la nostalgia de la pérdida; y más adelante en Retrato de un aforista lo confirma:


El acontecimiento capital de mi primerísima juventud había sido la pérdida, acompañada por un dolor y una angustia que hubieran podido llevarme al suicidio, de cualquier certidumbre y de cualquier fe, ante todo lo religiosa en la que había sido educado.


La pérdida de fe, supone el extravío de toda certeza. El hombre necesita certeza. Por eso, Vanidad parece un aciago reclamo a esa pérdida; escribir desde la inquietud acerca de la esencia y de la existencia. Más adelante, con sutil perspicacia, hace un balance sobre el transcurrir de la historia, inculpando a la vanidad, hija de la soberbia y piedra angular de todo mal, de los desaforados desastres mundiales. Para Rigoni, el motor del mundo es la vanitas. Sin embargo, el ser humano, posee la capacidad de rectificar y redirigir su acción. Es un hecho, somos víctimas del falso aroma de la vanidad, la cual nos aleja del verdadero Amor para refugiarnos en el infernal amor personal. El filólogo concibe al mundo, como un feroz opresor; pero, precisamente es el Amor el libertador de esa prisión


Mario Andrea Rigoni, deja ver un corazón grande. Un hombre buscando saciar la sed de Verdad. Ya se ha topado con ella, muchas veces antes, seguramente por alguna nihilista razón. Espero y confío, que en su próximo encuentro pueda reconocerla. Vanidad comprueba la naturaleza religiosa del hombre, el desasosiego no sosegado está presente en sus páginas. A pesar de no estar de acuerdo con el autor, en materia de fe; aplaudo su fuerza al reclamar el mal actuar del hombre en diversas posiciones. Insisto, es posible visualizar la nobleza interior del hombre y, por lo tanto, mi esperanza se ve aún más fortalecida.


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