La gran bola de fuego llegaba a su punto más alto. El calor se asemejaba al mismísimo infierno. Se podía observar un embotellamiento en cualquier lugar de la cuidad. El tráfico abundaba en aquella hora pico.
Me encontraba en la fila de autos para intentar llegar a mi casa después de trabajar. Una larga y lenta procesión de vehículos avanzaba. Por detrás, me llega el golpe de un conductor distraído. Por el espejo retrovisor miro severamente a la mujer que me ha impactado. Bajo del coche acalorado y un tanto enojado, al ver aquella bella dama todo se me olvida. Inmediatamente le pido una disculpa como si la culpa hubiera sido mía. ¡Ah! Qué mujer tan más sonriente, tan más hermosa, aquella mujer: era mi esposa.