Nunca he planeado leer un libro de Tabucchi. Hasta hoy, he leído cuatro. Ese cuarteto de encuentros, todos ellos inesperados y copiosos, despertaron interés hacia la obra del portugués. La línea del horizonte, texto publicado por Anagrama, fue la raíz. Vaciando un clóset repleto de futilidades, y antes de desechar una pila de libros inservibles, decidí conservar La línea del horizonte por estar editado por Anagrama. Dos semanas después, donde la frontera entre Tlaxcala e Hidalgo se confunde; encontré el tiempo para leerlo en paz. Seis años después de aquél episodio, tengo nublado el recuerdo. Tabucchi, hombre abierto a la metafísica, apoyó parte de su obra bajo la inspiración de Baruch Spinoza, filósofo moderno cuya obra posee un minúsculo margen de claridad. En lo personal el imperativo categórico me dicta, no ocuparme de la filosofía Spinoziana a fin de entender el hilo conductor de una narración.
Un año después, el Niño Dios me trajo un paquete de libros. Otra vuelta de tuerca de Henry James; el Diccionario crítico de la literatura mexicana de Christopher Domínguez Michael y Viajes y otros viajes de Tabucchi, magnífica y plural tercia. Viajes y otros viajes, fascinante crónica de los recorridos exóticos alrededor del globo; narra exquisitamente algunos rincones esplendidos y a la vez ignotos. Resultó imposible concluir su lectura, todo gracias a mi hermana Alicia, directora creativa de esta incipiente casa editorial, quien al ver los Viaggi debajo de mi brazo, quiso incursionar en el mundo tabucchiano arrancando el libro de mis manos.
Tiempo después, acompañé a un amigo queretano a la librería de Coyoacán. No llevé dinero a propósito. Pero antes de salir un libro rojo con una fotografía de los años cincuenta atrajo mi atención: la cabeza perdida de Damasceno Monteiro, sentí gozo: Antonio Tabucchi. Libro perfectamente desconocido. Gracias a Dios, aquél libro estaba en oferta a un precio sumamente accesible a mi bolsillo y al día siguiente lo compré. El cuarto y último fue Sotiene Pereira, del cual me ocuparé más adelante en otra reseña.
La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, editada por la catalana Anagrama, viene a ser una novela realista de investigación periodística; su protagonista Firmino oriundo de Lisboa, interesado en la novela de la posguerra, cuyos sueños y ambiciones literarias, se ven coartadas por la realidad de su trabajo profesional en un periódico empecinado en cubrir la nota roja. Sorpresivamente un gitano encuentra un cadáver decapitado a las afueras de su chabola y éste avisa al periódico, quien envía a Firmino con la misión de esclarecer el siniestro. A lo largo de la historia el joven encontrará a diversos personajes, quienes viven una realidad muy creíble, entre ellos la dueña de la pensión Dona Rosa, dama fina y radiantemente femenina, con la indispensable característica maternal impresa en cada mujer, además de estar conectada con medio Oporto facilita a nuestro héroe, las herramientas necesarias para armar el puzle, como dirían los hispanos.
A diferencia de los thrillers cuyo recurso es dejar picado al lector, Tabucchi, utiliza una técnica para mantener la intriga del interpelado de un modo sereno, llevándolo paso a paso sin dejar dudas atrás. La trama adquiere lógica a cada página. Es notable la delicadeza del portugués para no dejar casi nada a la imaginación, conforme la historia avanza los sucesos pasados son repasados de distintas maneras, a manera de genuino pédagogue de lettres.
Es claro su mensaje: merece la pena luchar hasta el fin por la verdad . Así como Dickens describía los grandes problemas de la sociedad de su tiempo y Dostoievski decía que la belleza salvará al mundo, Tabucchi traza los problemas de una sociedad posmoderna a finales del siglo XX. El escritor ítalo-portugués será una de las figuras literarias clave para entender, de algún modo, la decadencia europea.
Hace ya más de cinco años que Tabucchi partió de este mundo a una realidad metafísica, su gran aliada, esperemos, infinitamente mejor.