Llevando a cuestas una grave enfermedad degenerativa -la esclerosis lateral amiotrófica- Stephen Hawking ha contribuido considerablemente al desarrollo de la física moderna. Nacido el 8 de enero de 1942 en Oxford, Inglaterra, a sus escasos 21 años el diagnóstico de los médicos equivale a una sentencia de muerte: dos años de vida, en el mejor de los casos. Este gran científico sorprenderá a la comunidad internacional cuando, año tras año, se le vea resistir a la insidiosa enfermedad. Llegará así a tener una vida prolongada, sobreponiéndose a sus muchas limitaciones. Pero llegó un momento -el pasado 14 de marzo- en que su cuerpo ya no pudo más.
Entre 1965 y 1970 colabora con Roger Penrose y George Ellis utilizando los teoremas de la singularidad. Una de las conclusiones que se deriva de sus trabajos es que, aceptando la validez de las ecuaciones de la relatividad general de Einstein, algunas de las soluciones cosmológicas a dichas ecuaciones contienen implícita una singularidad espacio-temporal, algo así como un volumen infinitamente pequeño y una densidad infinitamente grande. Muchos científicos y otros pensadores concluyeron que la teoría del Big Bang acercaba a la aceptación de un Dios Creador, aunque el método científico no fuese apto para decidir sí o no. Pero Hawking no quiere aceptar a Dios y en 1983 junto a James Hartle intenta crear una cosmología cuántica combinando la teoría de la relatividad general de Einstein con la mecánica cuántica surgida de los trabajos de Planck. Llegarán por esa vía a afirmar que el universo pudo surgir de una fluctuación del vacío cruzando la barrera de la no existencia a la de la existencia.
“Partiendo de consideraciones de termodinámica, Hawking demostró sobre una base teórica que los agujeros negros emiten una radiación de naturaleza cuántica que hoy lleva su nombre, y que los agujeros negros obedecen a un criterio extremadamente sencillo: tres únicas medidas (masa, carga, momento angular) bastan para describirlos completamente. Luego se dedicó a investigar las condiciones iniciales del universo, allí donde la singularidad inicial prevista por la relatividad general se sumerge en el inefable régimen cuántico. Por último, fue un defensor convencido de la llamada “teoría del todo”, el sueño de llegar a una ley físico-matemática última, capaz de contener todas las demás, decretando así el “fin de la física” y acercándose cada vez más a lo que él mismo llamaba “la mente de Dios”. Sí, Dios. Porque su trayectoria humana y científica ha estado marcada por una casi implacable necesidad de medirse con la posibilidad de un creador, la mayoría de las veces para negarla. Su posición a este respecto pasó por varias fases, oscilando desde una religiosidad panteísta hasta llegar, en los últimos años, a un explícito y radical ateísmo¹.
El éxito mediático de sus obras de divulgación viene presentándose desde los años ochenta como una especie de “prueba” de la incompatibilidad entre las conclusiones del avance científico y la fe en Dios. En más de una ocasión su intento fue el de demostrar sobre una base científica la no necesidad de Dios como causa del inicio del universo. En su conocida obra La historia del tiempo propone un modelo cosmológico donde el universo no tiene confines en el espacio-tiempo, como si llegando al Polo Norte nosotros no encontráramos frontera alguna, aunque el polo sea un punto límite de nuestra descripción del globo terrestre. Según este modelo, sería posible evitar el problema del comienzo de los tiempos y, en consecuencia, según Hawking, de una intervención divina. Ahora bien, conviene tener en cuenta que la intervención divina sobre el cosmos se hace necesaria siempre, no sólo al inicio del tiempo. Aunque el cosmos no tuviera un inicio temporal, necesitaría de un creador. Esto es así ya que la necesidad de un creador se desprende de la contingencia del cosmos, no de su inicio temporal.
Tampoco está de más recordar que en su labor de divulgación, los científicos acostumbran utilizar unos modelos imaginativos de las nociones con que trabajan. Si advierten, por ejemplo, que la luz se propaga de un determinado modo, dirán que la luz es un conjunto de corpúsculos, o de ondas o de ondas y corpúsculos. Pero esto no significa que la luz sea un montón de corpúsculos, o de ondas; significa sólo que la luz se comporta como si fuera alguna de estas cosas. Todo esto nos ayuda a comprender qué las teorías no son propiamente reflejo de la realidad, sino únicamente modelos teóricos. Y para llegar a la existencia de Dios es preciso estar en la realidad, y no sólo teorizar sobre la misma.
A pesar de que el físico de Oxford manifestó en varias ocasiones que en su modelo cosmológico no hay lugar para un creador, es preciso reconocer que esta afirmación -más filosófica que científica- no se desprende de sus tesis, ya que en ningún caso esa conclusión se deriva de las ecuaciones que definen su modelo cosmológico.
Más recientemente, siguiendo otra línea de pensamiento, Hawking identificaba en una fluctuación del vacío cuántico primordial la posible preparación de un universo autogenerado por las leyes físicas. Por tanto, concluía, “el universo se creó a sí mismo de la nada, sin necesidad de ningún creador”. Pero su objeción tan apasionada contra el concepto mismo de “creación” revela claramente una idea bastante reducida del “creador”. En su imagen, el papel de Dios consistiría en poner en movimiento, al inicio de los tiempos, la enorme máquina del universo para después disolverse en la nada. Sin duda no es ese el Dios cristiano.Hablando con rigor teológico, crear significa estrictamente dar el ser. La revelación afirma que Dios hizo todo de la nada² La nada no entra en ninguno de los presupuestos con los que la ciencia trabaja. El estudioso del universo comienza sus investigaciones a partir de lo que ya es. Es decir, parte siempre de lo ya dado. Pero aún hay más: “realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser”³.Si bien es cierto que por un acto de benevolencia Dios nos hizo de la nada; se requiere esa misma voluntad que nos trajo a la existencia para mantenernos en ella, siendo.
El drama del hombre científico es que acude a la realidad pretendiendo saber, de antemano, lo que puede o no suceder en ella. Por esta vía, limita el sucederse de la existencia a unos límites impuestos por él mismo y ejerce violencia sobre la realidad, impidiendo su despliegue ante la conciencia.
No deja de llamar la atención cómo un hombre profundamente convencido del grandioso designio del cosmos (así titula el mismo Hawking su última publicación) mantenga una postura tan apasionadamente contraria a toda idea de creación La insistencia que Hawking mostró al buscar con gran energía el principio unificador del universo evidencia –sin lugar a dudas- la inquietud del corazón de un hombre de gran inteligencia y voluntad de hierro. Que descanse en paz Stephen Hawking.
¹ ” (M. Bersanelli, “Las ecuaciones de un ateo que no consiguió prescindir de Dios” en Páginas digital, 16-III-08).
² Cf 2 Mac 7, 28.
³ CEC, 301.