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Un rato con Pepe Gordon


Imagen: México es cultura

Luego de entrar al cubículo de Saúl Delgado para analizar un aspecto laboral, comenzamos a platicar de Pepe Gordon. Sin más, su recomendación en apariencia ordinaria y sosa vino a ser el parteaguas del día: síguelo en Twitter. Rápidamente accedí a la aplicación desde mi teléfono y un tweet fijado removió las aguas: Pues aquí dice que hoy estará en San Luis a las 12:30 en la plaza de la autonomía. La oscuridad de sus ojos se iluminó. Debemos ir, sentenció. Y con sorprendente diligencia comenzó a hacer gestiones con los distintos profesores para poder cubrir nuestras clases. Una hora antes, una vez resueltas las dificultades operativas, llegó el momento de encarar al jefe y solicitar su venia. Con la amabilidad característica de nuestro superior, lo sé pero mi jefe leerá esto y debo quedar bien, concedió su permiso.


Saúl y yo nos desplazamos en su auto hasta el centro. Como suele pasar, el tráfico era lento y los ágiles al volante se notaron por su ausencia. Después de un atropellado viaje, por fin pudimos estacionarnos en un sitio repleto de tierra. Cruzamos la Plaza de Armas y entramos al precioso edificio que alberga las oficinas centrales de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. El paisaje, libros por doquier. Un ambiente provincial y sabroso nos abrazó. Cruzamos el patio y dando una vuelta a la derecha, nos topamos con la muchedumbre. El rector y otros personajes junto a regordete hombrecillo de perspicaz bigotillo, inauguraban formalmente la 43 Feria del Libro de la Universidad. En breve la ponencia de Pepe Gordon inició. Llegamos justo a tiempo. Para no hacer esto más largo, haré una síntesis de lo escuchado: la lectura ayuda a desarrollar la imaginación y así poder tener acceso a la intimidad del otro. Imaginar para construir la realidad. Evidentemente son escuetas mis palabras, pues todo fue condimentado con anécdotas y variadas referencias a escritores y científicos. Al escucharlo, vislumbré la importante labor de divulgación de la ciencia. Necesitamos más de esos. Finalmente, Saúl y yo terminamos encantados. Antes de salir, echamos un vistazo a uno de los stands y mi compulsivo y destemplado amigo no logró resistir la oferta de llevarse un libro de Etgar Keret por la módica cantidad de cien pesos.


Regresamos al trabajo intercambiando mociones y escuchando country.

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