La música que escuchamos, las películas y series; los libros que leemos, la mercadotecnia... sistemas jurídicos, propuestas políticas, modelos económicos, detrás de todo lo que nos rodea se encuentra una visión sobre quién es el ser humano, lo único que cambia es la profundidad o superficialidad con la que se responde a esta interrogante, su nivel de acierto, al igual que lo explícito o implícito de su propuesta.
Lo anterior parece casi una obviedad, que por obvia, se puede dejar de lado el darnos cuenta de la seriedad de la cuestión.
No es lo mismo responder –ni en mercadotecnia ni en economía o política–que el ser humano es voluntad de poder, o que su medida es la racionalidad, o que el hombre es lobo del hombre, o un sinsentido, o un conjunto de instantes, o un ser autónomo, ser infalible, ser inmanente, o polvo; pero polvo enamorado, abierto a la trascendencia.
Cuestionarnos sobre la imagen que se tiene –que tenemos– sobre el ser humano resulta tan crucial y tan íntimo como cuestionarme sobre el yo que soy. Bien decía Hölderlin “somos un signo por interpretar”, y ante esta realidad que nos llama en primera persona debemos evitar asumir cualquiera de las siguientes actitudes inadecuadas: no tomarnos en serio la cuestión, dejarnos malinterpretar al asumir, sin darnos cuenta, alguna de las múltiples visiones del hombre que nos rodean o, finalmente, malinterpretarnos por pie propio.
La primer actitud resulta atractiva por pragmática: ¿qué importancia tiene cuestionarme sobre quién es el hombre? ¿quién tiene tiempo de esto? Por otro lado, ¿para qué sirve?
En esta postura la cuestión ‘desaparece’ por su aparente trivialidad, ignorando que aunque la cuestión se presente como trivial, de hecho sigue siendo vital (dado que soy un ser humano, preguntarme por quién es el ser humano, es preguntarme por quién soy yo), así como que rehusarse responder es posible solamente de forma teórica, ya que a nivel práctico cada uno responde (mos) necesariamente a una visión del hombre con su (mi) vida.
Así, la primer actitud nos ofrece un pretendido pragmatismo, que termina por ser inviable ya que sin importar que se piense en la pregunta como pesada e inútil, la seguimos respondiendo con nuestras acciones solamente que de forma superficial, desacertada y velada… en pocas palabras, un pragmatismo nada práctico.
El añadido de la primer actitud es que conduce, de forma casi obligada, a transitar a la segunda postura… (continúa en el próximo número)