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Pietr, el Letón


Imagen: ACANTILADO

 

Acompañé a mi madre a su revisión médica en Cardiología. Pasamos buena parte de la mañana subiendo de un piso a otro. Finalmente salimos alrededor de las once, bien desayunados. Mi mamá siempre ha sido una mujer de iniciativa, esta vez me encantó la directriz clara y contundente hacia nuestro amable chofer: por favor llévenos a la librería El Sótano de Miramontes. Al notar mi extrañeza, me contestó: acompáñame a elegir un rompecabezas y de paso te compro un libro. Siendo un profesionista de veintiocho años que se gana la vida con su trabajo, no me quedó más remedio que resignarme y honrar a mi madre obedeciendo su mandato. Así es, mi mamá me regaló Pietr, el Letón.


Espero no viciar la crítica con sentimientos nobles. He conocido la obra de grandes escritores, gracias al difunto Jaume Vallcorba, fundador y director hasta su muerte en 2014 de la Editorial Acantilado. Precisamente su entusiasmo por Simenon me llevó a dedicarle un buen rato.


Lo misterioso en Pietr, el letón no son los hechos sino los personajes. Al inicio de la trama, siempre ágil y audaz, parece tratarse de un historia fácil de contar. Un detective, macizo y de gran prestigio, dirige la captura de Pietr un famoso estafador de las grandes ligas, quien pierde la vida en las primeras páginas del libro. Avanzado el siglo XXI la muerte del toponímico durante las primeras páginas, ya no es causa de desconcierto. Conforme la novela sigue su cauce, los cabos se van atando y el cuadro adquiere sentido.


La escritura de Simenon, no es erudita del todo. Sabemos de su brillante capacidad escriturística, la cual le permitió publicar innumerables títulos en vida. Dudo mucho de si aquella exhaustiva línea de producción estaba construida con un lenguaje de calidad, y desconozco si la mano del corrector habrá rescrito la novela entera. Sin embargo, Simenon tenía una virtud distinta a las de sus contemporáneos. Me explico. Aunque algunos nos empecinemos en abigarrar el texto al estilo barroco, las ideas pueden quedar del todo ambiguas. El fondo se pierde en la vanidad del texto. Simenon es adversario de lo rimbombante. Su estilo lo hace un escritor hecho y derecho. Aquí viene lo interesante: Simenon se vale de una historia, bien contada, no solo para entretener al lector sino también para hacer una reflexión en torno al hombre. Se detiene a pensar acerca de la condición humana.


En un principio, la historia parecía carecer de fondo, de pronto, se cuentan los rasgos familiares de la judía Anna Gorskin y vislumbras: esa pobre mujer, carga sobre sus hombros un sombrío pasado. Mientras leía la descripción de la crisis nerviosa sufrida por Gorskin, sonaba en mis oídos una sinfonía de Mendelssohn, lo cual añadió un toque especialísimo. Maigret es el retrato de un hombre bueno. Aquél volcado en los demás y olvidado de sí mismo. Su actitud no es de talante humillante; más bien es un buscador de la verdad. Lo más notable de Simenon es precisamente la historia detrás de sus personajes. Como sucede en la vida real. Su comportamiento está conectado con el pasado. A más de un amigo le ha parecido una historia trillada. En cambio a mí, me ha gustado especialmente. Muchas gracias, mamá.

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