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Seis banderas


Imagen: UNSPLASH
 

Cuando mi madre gozaba de las prestaciones burocráticas, mi hermana y yo junto con uno que otro primo, exprimimos el máximo rendimiento de aquellos beneficios, mientras gritábamos histéricos con los brazos en alto en caída libre en un juego mecánico. Todo en la vida, tiene su tiempo y momento. Gracias a la última visita a la gran capital, algunos me tacharán de chilango, junto a mis estudiantes pude revivir un proceso de introspección, olvidado. Me explico.


El parque de diversiones viene a ser un sitio donde uno puede pasar ratos agradabilísimos, cargados de angustia y adrenalina. Aunque de niño fui asiduo promotor de esos lúdicos espacios, mi fanatismo decreció conforme el espectro de frecuencias aumentó. A lo largo de múltiples visitas y avanzando en edad, fui dándome cuenta de la presencia de un fenómeno interior, el cual fue esclareciéndose cada vez más con mayor intensidad. Gracias a la conflación entre la miríada de personas; es fácil observar la pluralidad de comportamientos. Sin afán criticón comencé a fijarme en los más próximos; pensando en la causalidad de su existencia. En la mía, también.


Poco antes de Semana Santa, y luego de pasar años sin pisar aquéllas tierras solaces; me vi en compañía de algunos alumnos haciendo fila, mientras esperábamos la promesa de una felicidad instantánea. Los demonios interiores hicieron revuelvo, nada más entrar en contacto con la masa uniforme. Sin descender a detalles, en aquella inocua parcela la sensualidad se multiplica. El pudor se pierda en las filas, el ocio hace de las suyas. Lo más deprimente fue ser testigo de la ridiculez exhibicionista de un par de homúnculos, con uniforme de primaria, empecinados en demostrar la falsedad de amor. Montones de adolescentes de toda clase social se entremezclan, produciendo excéntricos revoltijos. Carcajadas agrias por aquí y por allá. La sonrisa, esa mueca afable, capaz de estremecer el espíritu del otro mediante una leve y fina torcedura, se muestra ausente donde el estruendo habita, pues éste tiene la misión de usurparla.


Así somos los seres humanos. Preferimos fijar los ojos en lo vulgar en lugar de regocijarnos contemplando la Belleza. Al parque de diversiones, vamos a recibir y no a dar. Hacemos el trueque. Momentos estimulantes e intensos a cambio de billetes y la consigna de dejarse llevar. Velocidad y fuerza. Movimiento y vértigo ¿Y luego? Todo acaba y el sitio cierra. La lúgubre monotonía de muchas vidas recupera sus fueros perdidos y la existencia vuelve a carecer de sentido.


Cuando el reloj marca las cinco, muchas personas se dirigen a la salida y seguir adelante con su destino. Yo al menos, salgo de allí con un dejo de tristeza. Sin embargo, rectifico y el anhelo por conquistar la belleza vuelve a embriagar las fibras de mi alma con su dulce licor. Alcanzar la dicha auténtica, ésa que no requiere de un pase cuya promesa de felicidad es efímera, chata y carente de trascendencia.

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