En las últimas semanas, periódicos de todo el mundo han volcado su atención al seguimiento del caso de Facebook, una de las redes sociales más populares, la cual cuenta con más de dos billones de usuarios. El escándalo surgió tras descubrirse que una compañía consultora británica llamada Cambridge Analytica, tuvo acceso no solo a la información privada, sino además a perfiles psicológicos de más de 80 millones de usuarios de esta red social que habían sido elaborados previamente por otros investigadores tomando como fuente los datos personales y distintos cuestionarios, que inicialmente tenían un propósito académico. Al parecer, dicha información fue posteriormente usada por la consultora con fines lucrativos y políticos, como la generación de noticias parciales dirigidas a ciertos grupos de personas que potencialmente pudieran inclinar sus intenciones de voto. El creador de esta red social, Mark Zuckerberg, admitió y ofreció disculpas recientemente ante el Congreso de los Estados Unidos porque no hizo lo suficiente para proteger la privacidad de los datos y evitar que estas herramientas se usaran para estos fines.
Lo cierto es que millones de personas siguen alimentando a diario las bases de datos de Facebook con información relacionada no solo con su edad, sexo; sino también con datos acerca de sus gustos, vidas, sueños e intereses, lugares que han visitado, personas con quienes han compartido y hasta productos que han comprado.
Facebook, como todas las redes sociales, es gratis. Salvo que quieras hacer publicidad. ¿Gratis? ¿Realmente gratis? No. La mercancía es cara, la mercancía es el propio usuario que desvela con cada foto, con cada like, con cada comentario su yo más íntimo, su yo en relación con los “amigos” reales o virtuales. El usuario es la mercancía más preciada porque se “vende” a sí mismo. A cambio de estar conectado, el usuario facilita la publicidad más invasiva, más directa (que no conecta con el yo real sino con los sueños) que se pueda concebir.
Expertos en redes sociales vienen señalando desde hace tiempo fenómenos preocupantes que se han ido agudizando en los últimos años. Se trata de la obsesión por los like. Para muchas personas, el deseo de tener un mayor número de “me gusta” puede convertirse en una búsqueda constante de publicar situaciones o momentos de su vida que para otros podrían ser considerados algo más personal o privado, lo cual puede generar problemas en nuestras relaciones con los demás. Muchas veces somos nosotros mismos quienes abrimos la puerta para que se pueda saber más de nosotros, a través de la información que publicamos y que compartimos a través de las aplicaciones y los juegos en las redes sociales, y no por medio de la interacción cotidiana y personal con nuestros familiares y amigos.
Otra cuestión delicada es lo que podríamos llamar Facebook post portem. Probablemente al abrir su cuenta en Google, o en Facebook, o en otras redes sociales nadie pensó en proveedores de correo electrónico u otros servicios on line. Pero todos, algún día, habremos de morir. Y si uno mismo no siempre consigue recordar sus nombres de usuario y sus contraseñas, no digamos sus herederos, quienes puede dejar un legado de bastantes molestias.
Sunniva Geertinger, sueca, sufrió un muy duro golpe cuando su novio se suicidó a principios del 2009. Pero, como refiere Louise Nordstrom, de Associated Press, curar de la herida resultó para ella más difícil en esta era de Internet. El perfil de su novio en Facebook la perseguía como un fantasma. Allí seguían estando la historia y las fotos de su relación, y seguían apareciendo nuevos mensajes y comentarios de los amigos de su red. Ella intentó cancelar la cuenta de su novio, pero tuvo que insistir mucho durante semanas, hasta que Facebook cedió, aunque saltándose sus propias reglas. Lo normal es que cuando se confirma que ha muerto un abonado, se retiren los datos de contacto y se desactiven las actualizaciones y la pertenencia a grupos. Pero el perfil sigue existiendo, y los admitidos como amigos en vida del titular pueden acceder y dejar mensajes.
Para evitar estos problemas, dos jóvenes emprendedoras suecas, Lisa Granberg y Elin Tybring, fundaron: My Webwill. Ya existen desde hace tiempo otros servicios (Legacy Locker, Deathswitch...) que se ocupan del patrimonio cibernético que uno dejará cuando muera. Pero solo guardan las contraseñas, o también copias de los datos, para facilitar el acceso a las personas que el interesado haya designado. En cambio, My Webwill entra directamente en las cuentas del difunto para gestionarlas según las instrucciones dejadas por él.
Inconvenientes parecidos pueden producirse no por defunción, sino porque una pareja se separa. En el mundo real, las cartas, fotografías y recuerdos se pueden mandar a la basura. Pero en las redes sociales, el o la ex puede mantener las imágenes que no querrías ver nunca más, y menos en su poder, así como tratar el caso con los amigos, sin que tengas posibilidad de borrar sus comentarios. Los mensajes que se mandaron por Twitter, y de los que ahora uno se arrepiente, permitirán reconstruir la historia personal de ustedes al que quiera buscarlos. Las encendidas declaraciones de amor que le dirigiste siguen en su blog.
Todo eso puede llegar a ser muy molesto, y en este caso no hay My Webwill que resuelva los inconvenientes surgidos. Solo vale tener en mente que en Internet hasta un grupo restringido se parece más a un gran mercado que a una reunión de amigos, y que ciertas cosas solo se deben decir o mostrar en privado.
Fuentes: https://youtu.be/5cB4gt_Xw3I; C. CAMEY, Borrarse de Facebook no es tan fácil (Servicio ACEPRENSA, 27-III-18; 12-I-10)