Chesterton escribió, o dijo alguna vez o bastantes, que el vulgar es aquél que al toparse con la belleza no se da cuenta. Tal vez utilizó el término sublime en lugar de belleza. Para efectos prácticos, da lo mismo. La vulgaridad viene a ser una característica pavorosa en el hombre. Se trata de una falta de sensibilidad, un no darse cuenta. Desafortunadamente son los demás quienes perciben la chabacanería y, peor aún, la sufren; y quien la padece suele no darse cuenta. Bajo esta óptica, podríamos definir lo vulgar como una carencia de sensibilidad hacia un tú.
Hace algunos años trabajé con una persona entrada en años. Durante el receso entre junta y junta, solía sacar a colación, con excesiva frecuencia, sus “reflexiones” en torno a las heces fecales. Sin fallar, nuestro protagonista, conseguía explotar a carcajadas a sus oyentes. De pronto se volvió en el héroe de sus colegas gracias a tan míseros monólogos. Aquella pútrida filosofía de escusado, le valieron palmas y el vitoreo de las masas. La vulgaridad podrá conseguir la risotada y el estruendo pero jamás hará brotar la sonrisa en el rostro ajeno.
La finura del hombre se distingue por una profunda y gratísima capacidad de darse cuenta que se está frente a un tú. Por medio de dicha sensibilidad se evita todo cuanto esté fuera de lugar. Con el correr de los tiempos actuales se vuelve más difícil educar la sensibilidad, aunque no imposible. Aliada indiscutible en la consecución de la elegancia y la finura es la cultura. Ayer pude ver una película reciente y apabullantemente taquillera. Por razones de índole político mantendré oculto el título. Un film acaudalado en fotografía y efectos. Cargado de fuertes emociones y extrañamente capaz de mantener la atención del público por extensos intervalos de tiempo. No obstante multiplicidad de elementos cinematográficos no fueron capaces de dar pie a la introspección o de permitir la reflexión. Salí más bien vacío y acelerado. Pocos minutos después olvidé por completo lo que había visto.
Característica de la vulgaridad es la ruptura con el pensamiento. Lo delicado es suplantado por lo aparatoso y lo ruidoso. El ideal de la vida buena, aquella que merece ser vivida, exige esfuerzo y precisa hacer indagaciones continuas en nuestro interior. La música clásica, el buen cine y la literatura permiten desarrollar nuestra inteligencia a gran escala y elevar la temperatura interior. Por esa razón, prestar atención a la Sexta Sinfonía de Mahler contribuirá a desarrollar el nivel espiritual que cualquier lieder de Britney Spears. No porque la segunda sea mala sino que su cota de exigencia es menor a cualquier sinfonía del austríaco. Nuestras potencias se elevan en busca de la verdad en medio de lo abstracto.
A mayor nivel cultural, menor vulgaridad. Sin embargo, la cultura no lo es todo. Lo iremos viendo.