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Underoath; el inicio de todo


Imagen: Blaqkpress

 

En el fondo de un cajón interior, guardo un deseo curioso. No es noticia que tengo gran interés por la literatura y la antropología filosófica; de ahí mi inclinación a ocuparme de la crítica literaria; no obstante preservo una pasión mayor a las dos musas anteriores. Ésta última encierra un misterio sublime y que al estar inmerso en la temporalidad, esconde la poética de lo eterno. Pulsiones interiores se movilizan a modo de fortuitos impulsos, en miras a una aproximación de lo bello, de lo cierto y por supuesto, lo eterno. Así es, me refiero a la música.


Al escribir algo sobre música, me atrevo a englobar en un sustantivo, pluralidad de géneros. Hace diez años habría escrito otra cosa, cerrado estaba a un solo estilo musical. Gracias al contacto con variedad de preferencias musicales de la gente tratada a lo largo de la última década, fue posible la apertura hacia otros lares. Sincero debo ser al confesar la dualidad principal de intereses hacia la música, en los cuales convergen dos universos opuestos; y a pesar del carácter ecléctico, ambas guardan similitud de preferencia; por un lado la música clásica, con Bruckner, Haydn, Mendelssohn y mi queridísimo Mahler; y por el otro, el brioso, acelerado e incomprendido metalcore.


Aunado a la pasión, existe la curiosidad. Así como la literatura y la antropología, lo hacen, quisiera saber si la música puede ayudar a comprender mejor al hombre. Y el metalcore, en primer lugar por su rasgo existencialista nacido de la experiencia de sus autores. Precisamente el brío presente en las voces e instrumentos, es el culpable suscitador del interés descrito líneas arriba. Aunque no me dedico a la crítica musical, son intenciones divulgativas el auténtico motor de la pluma. Advierto al lector, que durante algunos Soliloquios encontrará alusiones a bandas angloparlantes abanderadas del metalcore. Ya tendremos espacio y tiempo para la música clásica.


¿Por qué el metalcore? Desde muy niño el rock vino a ser un integrante más de la familia. Alicia, mi hermana y cómplice, y yo fuimos instruidos debidamente por mi padre. Gracias a la escucha de legendarias bandas de los últimos dos cuartos del siglo XX, mi papá consiguió injertarnos su pasión. Luego sufrí algunos cambios estructurales y navegué por otros mundos del rock. Después de innumerables incursiones, llegué al metalcore.


Hace doce años, desconozco si persiste, transmitían por MTV Los diez más pedidos. Mediante encuestas en línea, los fans votaban por sus videos predilectos. Durante un par de semanas, entraba y salía de la lista, Writting on the walls de Underoath, conjunto liderado por Aaron Gillespie en los tambores y por Spencer Chamberlain a cargo de las unclean voices. Mi hermana y yo acostumbrábamos ver dicho programa, en cuanto era el turno de UO cambiábamos automáticamente de canal. Un día me extrañó la recomendación de Alicia, partiendo de que tenía trece años: El otro día escuché la canción de Underoath, me gustó. Aunque casi siempre le he hecho caso, esa vez estaba justificada la desconfianza. Al viernes siguiente, me preparaba para dar un paseo por La Condesa. Eran alrededor de las cuatro y tenía un plan sereno: iría a la librería Rosario Castellanos, me vería con un amigo y platicaríamos de la vida al calor de un café. Antes de salir escuché gritar a Alicia: ¡Ven, están pasando la canción! Sin deberla ni temerla, transité de la ñañara a la admiración. No podía creer lo que veía: melenas mecerse en círculos; un sujeto de largos cabellos expulsaba sonidos desgarradores; el baterista conjugaba los platillos con la voz, cosa dificilísima; y en medio de aquél estruendo y el ritmo acelerado, un sentimiento de agrado brotó dentro de mí, aceptando aquellas incomprensibles letras. Ese día jamás lo olvidaré. Para no hacer el cuento largo, dejo un link al video. Advierto que lo que verá son imágenes un poco fuertes y la música brama al son de las voces, recomiendo usar audífonos. Y por último animo al lector a escuchar con apertura.



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