top of page

El mundo de Facebook: la presencia como la nueva utopía


Imagen: Clarín

 

En el siglo XVIII, Immanuel Kant revolucionó el modo en que comprendiamos el tiempo y el espacio, pasaron de comprenderse como facta en el mundo a la forma o tipo de relaciones en los que todos los objetos nos son dados a la sensibilidad. El tiempo y espacio son formas, no hechos. En el siglo XXI ocurrió otro vuelco a las categorías de tiempo y espacio: las pantallas revolucionaron el hic et nunc. En los tiempos virtuales, el ahora no es una medida efímera que distingue momentos, el ahora es siempre. La comunicación es permanente, la conexión es incesante. Este ‘ahora’ perpetuo modifica también al espacio. La constante conexión nos obliga a estar siempre pendientes de otros, la comunicación sempiterna nos ha arrebatado del contacto directo con la realidad; el ‘espacio’ es ahora un escenario a fotografriar: comida, sitios, cafeterías, montañas, bosques, playas; todo es-para el nuevo espacio: la red. Cuando estamos físicamente con otras personas pero hablando por la red con otros ¿dónde estamos realmente? ¿qué parte de nosotros está en la red? Quiero decir, ¿qué compartimos? ¿qué dejamos ver? ¿y por qué exactamente eso?


No es difícil afirmar que vivimos en una época estética; el diseño, la imagen, la apariencia y la forma son el nuevo objeto de admiración y deseo. Quien domine la técnica estetizante tendrá dinero, poder, gloria y renombre. En nuestro tiempo las marcas venden prestigio, estatus; son el anuncio del deseo de inancanzabilidad de su portador, son el signo la distinción social. La tecnología no tiene como batuta al desarrollo, sino la apariencia: más delgado, más grande, más bonito ¡he ahí los argumentos irreprochables de la mercadotecnia!


Por su parte, las redes sociales son pura estética. Facebook es la estética de los amigos, Instagram de la parafernalia, Twitter de la ocurrencia y Youtube del ocio. En ninguna de ellas hay contenido, sólo apariencia. Por eso Facebook te muestra cuántos amigos tienes, por eso Instagram está lleno de filtros y efectos visuales, Twitter da a cualquiera lo que corresponde al genio: la simpleza en la expresión; y Youtube pone reflectores al humano genérico, mismo que, al carecer de los efectos del cine, entretiene exacerbando la inmundicia de la vida diaria: “mira cuánta salsa picante como”, “mira cómo derrumbo la botarga”, “mira cómo hago bromas en la calle”, etcétera. Las redes sociales son exitosas porque ponen su acento en la que es quizás, la debilidad más grande del ser humano: la necesidad por el reconocimiento. Sin embargo, lo hace del modo más cruel y calculador posible, expresa el reconocimiento a través del número; la cantidad —fraternidad— exacta de amigos, la cantidad —o valía— exacta de tu foto, la cantidad exacta —carisma— de interés que puedes suscitar, etcétera. El número es cruel porque es exacto, el número mide lo que por salud mental no debería medirse. El número en las redes sociales te echa en cara cuánto te quieren, cuán talentoso y cuán valioso eres. Por ello, las redes sociales son la hipóstasis del ego, del deseo de reconocimiento. En las redes sociales la competencia encarnizada se disfraza de sociabilidad e interacciones inocentes; son el nuevo espacio, donde en su mayoría, están puestas todas las posibles expresiones de un único grito personal e intransferible: ¡Reconóceme!


Foucalt, al reflexionar sobre el espejo, irónicamente retrata nuestra vivencia en la era de las pantallas pues, el espejo; como la pantalla, solo quiere un único participante: el yo.


El espejo es una utopía, porque es un lugar sin lugar. En el espejo, me veo donde no estoy, en un espacio irreal que se abre virtualmente detrás de la superficie, estoy allá, allá donde no estoy, especie de sombra que me devuelve mi propia visibilidad, que me permite mirarme allá donde estoy ausente: utopía del espejo.¹


El usuario de las redes sociales, mientras no comprenda que asiste a un teatro donde lo real es lo menos y lo maquillado lo más, está condeado a sufrir. A sufrir la inferioridad, la propia vida parca, a ver magnificados sus ratos de aburrimiento, a echarse más en cara lo que no tiene, a exigirse ser lo que no es. ¿Quién soy? Pregunta que jamás debiera hacerse al frío indicador numérico de las redes sociales pues, de ser así, le respondería «eres tantos amigos», «tantos likes», «tantos suscriptores», «tantas personas que te ignoran», «tantas personas que no te quieren», «tanta popularidad que no tienes». ¿Qué otra cosa puede ser esa especie de sombra que devuelve la propia visibilidad más que las Redes Sociales y la nunca antes vista presencia y preponderancia que tiene en nuestra vida y en nuestras dinámicas sociales? Ellas han hipostasiado nuestro deseo de reconocimiento y, para muchos, que están donde está su deseo, son ellas su utopía del espejo.



[…] el espejo funciona como una heterotopía en el sentido de que convierte este lugar que ocupo, en el momento en que me miro en el vidrio, en absolutamente real, enlazado con todo el espacio que lo rodea, y a la vez en absolutamente irreal, ya que está obligado, para ser percibido, a pasar por este punto virtual que está allá. ²



El deseo de reconocimiento, tan propio y vehemente para el hombre, basta para minusvalorar la presencia y supravalorar la persona virtual. Soy tan grande como los demás me consideren ¡he ahí enunciada la nueva adicción! La Red Social muestra mi realidad cuando los números miden; sin número no existo. Por ello pregunto, ¿quiénes somos ahora que hicimos del espejo nuestra realidad? ¿acaso el número agota todos los aspectos valiosos de nuestra personalidad? ¿hay algo allende a la Red Social? ¿cuál es el antídoto?

¹ Michel Foucalt, De los espacios otros (Trad. Pablo Blitstein y Tadeo Lima), Architecture, 1984, p. 5.

² Ibid.

Bibliografía: Foucalt, M. (1984). De los espacios otros. (P. B. Lima, Trad.) Architecture.

ARTÍCULOS RECIENTES 

bottom of page