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El Corazón es un resorte


Imagen: Gandhi

 

Las dos tareas profesionales que ejerzo, la crítica literaria y la educación, son totalmente ajenas a mi formación universitaria. Para bien y para mal, forzado estuve a ser autodidacta. A lo largo de los últimos años he compaginado textos de literatura y educación. Normalmente suelo leer dos libros a la vez, el primero siempre guarda relación con la literatura; en cambio, el segundo tiene carácter pedagógico con miras a robustecer el trabajo dentro y fuera del aula. Siendo sincero, guardo cierta simpatía a los libros del segundo tipo. Aunque la mayoría son lecturas fáciles y en extremo accesibles, llevar su contenido a la práctica implica un reto a veces demoledor. A pesar de haber leído algunos cuantos, jamás había tenido en mis manos un libro como El corazón es un resorte. Por lo regular las obras dedicadas a temas educativos suelen ser parecidas, o bien muestran estadísticas, o desgranan estrategias para el trillado aprendizaje significativo, o por el contrario desarrollan explicaciones sobre la fisonomía interna del niño y el adolescente. Sin embargo Pablo Boullosa ha logrado salirse de la caja, valiéndome del popular slogan de algunos autores del “management” moderno, y labrar una obra cuya propuesta ha supuesto, para mí, un jovial parteaguas.


El gran Leonardo Polo en “Ayudar a crecer, cuestiones filosóficas de la educación”, apoyándose de los aportes aristotélicos y las posteriores correcciones y comentarios de Santo Tomás de Aquino al “opus aristotelicum”; establece la necesidad de forjar la imaginación de la persona: “La educación de la imaginación es muy importante, porque si la imaginación no alcanza su nivel máximo, la inteligencia funcionará mal”. Y la razón la da a continuación “porque la inteligencia depende de lo que se le dé para abstraer, porque la inteligencia empieza abstrayendo a partir de imágenes”. Pablo Boullosa tiene claro los lineamientos de Polo. Mediante los estudios del irlandés Kieran Egan, padre de la Educación Imaginativa, desarrolla una serie de ensayos destinados a las personas con encargos de formación con la sencilla intención de apoyar el estímulo y crecimiento de la inteligencia. A diferencia de otras teorías pedagógicas, las cuáles suelen centrar su atención en un solo aspecto de la persona, la propuesta de Egan parece ser más completa de lo que parece. Se trata de ayudar a educar la imaginación, a fin de preparar la inteligencia con miras a calibrar el actuar del hombre de un modo recto y correcto, como diría Carlos Llano, y en consecuencia alcanzar la vida lograda. Estamos frente a una educación capaz de hacer frente a las exigencias de la vida.


Años atrás un muy querido amigo mío, brújula literaria, respondió a una de mis formulaciones de manera apabullante y exquisita. Estábamos tomando un café en la Librería Octavio Paz del Fondo (sobre Miguel Ángel de Quevedo), previo a su remodelación. Jamás había visto a alguien hablar de modo tan elocuente y erudito sobre literatura; luego de escuchar sus variaciones en torno a la obra de Szymborska, Faulkner, San Jerónimo, Thomas Mann; quedé, francamente deslumbrado. Finalmente, le pregunté “Tú ¿para qué lees?” y vino la contundente respuesta: “para hacerme más inteligente”.


Pablo Boullosa tiene clara la afirmación de mi amigo. Si bien la literatura permite al hombre tener acceso a realidades inalcanzables por su propio pie, también puede verse cómo una valiosa plataforma para el ejercicio neuronal. La literatura presenta distintos enfoques de una misma interrogante “¿quién es el hombre?”. La pluralidad de voces escriturísticas, ofrecen un lente basado en la experiencia del escritor y lamentablemente no del todo positivo. Sin embargo, la lectura de los clásicos tiene una vertiente, en general, eudemonista y sus enseñanzas en torno al actuar del hombre socorren y pueden ayudar a visualizar un posible escenario. Hace algunos años, otro gran profesor de Filosofía afirmaba con aplomo que “es más fácil conocer al hombre leyendo toda la obra de Shakespeare, en lugar de estudiar mil manuales de Antropología Filosófica”. El fondo de “El corazón es un resorte” engloba dicha afirmación. Leyendo la magnífica obra de Pablo, pude encontrar la misma suerte.


Cada vez me convenzo más, necesitamos historias. Porque las historias nos ayudan a cambiar. Parte de la riqueza de “El corazón es un resorte” estriba en las innumerables referencias a los clásicos. Esos libros, en palabras del enorme Ítalo Calvino, “que nunca terminan de decir lo que tienen que decir”. Hablar o escribir acerca del hombre es inagotable e inabarcable. Por ende, la educación de la persona termina hasta el último suspiro. Si conseguimos educar la inteligencia y la imaginación, la educación hará estragos en el corazón humano dando al mundo “un poco de maravilla”.

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